sábado, 28 de febrero de 2009

Más allá del “Bling Bling”: Henry Chalfant y la documentación de la expresión cultural como medicina en el barrio

Que onda banda, pues les comparto el ensayo de un gran amigo, gran carnalito mio, que esta muy involucrado en el arte de las letras y también en la onda del Spoken Word y que ha realizado maravillosos y completisimos trabajos acerca de la Cultura del Hip Hop, también ha documentado la historia del Hip Hop Mexicano hasta el punto de realizar su tesis titulandola 'De Boogie Down a Nezayork' excelente material que pueden encontrar en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, este documento esta buenisimo, ahi por si alguien se interesa en conocer la real escencia del Hip Hop y no en sus trivialidades, cliches y demas vanalidades.

Otro quemón para los que dicen que el hip hop en nuestro país no existe, perdón señores el Hip Hop existe, vive y respira y cada vez se fortalece y crece más....

He pues aquí el ensayo que leyó en la Casa del Lago en la presentacion del documental de Henry Chalfant.



Más allá del “Bling Bling”: Henry Chalfant y la documentación de la expresión cultural como medicina en el barrio

Tiosha Bojórquez Chapela
© 2009

Henry Chalfant no viste con ropa deportiva, no usa cadenas de oro, aretes de diamante o protectores bucales de platino. Henry Chalfant es blanco, estudió Griego Clásico en la universidad de Stanford y una de las consideraciones que estuvieron a punto de hacerlo declinar una invitación a recorrer las catacumbas parisinas con “escritores” (grafiteros) franceses fue el hecho de que irían después de la medianoche y él es un hombre diurno, quien gusta de irse a la cama temprano. En resumen, Henry Chalfant se aleja casi tanto como es posible hacerlo del prototipo del rapero que manejan los medios masivos.

Y, sin embargo, él es uno de los principales responsables de la globalización de esta cultura, impensable sin documentales como Style Wars (1982), All City (1983) e incluso Flyin’ Cut Sleeves (1993) que aunque no habla específicamente acerca del hip hop, sino sobre pandillas de los años sesenta y setenta en el área conurbana de la ciudad de Nueva York, como fueron los Savage Skulls, los Spades y los Savage Nomads, nos muestra también su contexto: el sur del Bronx, que llegó a ser no sólo un lugar, sino una idea, un sinónimo del caos, como nos dice ahora en From Mambo to Hip Hop: A Bronx Tale (2006).

Los documentales de Chalfant, así como sus libros Subway Art (1984) y Spray-Can Art (1987), siguen siendo documentos de enorme vigencia y han llevado, tanto directa como indirectamente, a generaciones de grafiteros, raperos y b-boys en los barrios del mundo entero a querer imitar a las personas que él retrató mucho antes de que el hip hop fuera mediatizado, cuando músicos (DJs y MCs) como Afrika Baambaata, Kool Herc, DJ Charley Chase y The Cold Crush Brothers, artistas plásticos (grafiteros) como Futura, Iz the Wiz, Seen o Dondi, y bailarines y coreógrafos (B-Boys) como Crazy Legs o Trac II no eran los iconos culturales que son hoy en día, sino jóvenes de barrio buscando alternativas lúdicas de expresión, en medio de un entorno social opresivo.

Mientras que para sus creadores (tanto los artistas como la gente de a pie que hizo posible la supervivencia del hip hop en sus inicios) esta cultura representaba una alternativa a los enfrentamientos de pandillas y el consumista universo de la música disco, para otros el arte callejero era, y para muchos aún es, tan sólo una forma de vandalismo y apropiación indebida del espacio público.

A contrapelo de esta actitud, la virtud de Chalfant está en la curiosidad y el valor que lo llevaron a retratar un fenómeno cultural en el mismo momento que surgía, valorándolo en cuanto expresión popular, sin importar que el hip hop no gozara en aquel entonces del reconocimiento que tiene hoy. Como dice el B-Boy Pop Master Fabel, integrante original de la ahora legendaria Rock Steady Crew, entrevistado en From Hip Hop to Mambo: A Bronx Tale:

"Me parece que es típico que la gente que crece en una sociedad de tipo opresivo busque siempre alguna medicina y para nosotros la expresión cultural es la medicina".

Chalfant estuvo ahí para documentar el hip hop con todo el candor, ingenuidad y entusiasmo que caracterizan a las culturas juveniles en sus inicios y, a pesar de no responder a los estereotipos de aquellos que le dan forma esta cultura, Henry Chalfant ha alcanzado el estatus de “celebridad del ghetto”, pues él estuvo ahí antes de que veinte años de digestión mediática convirtieran buena parte del hip hop en un “vehiculo para hablarle a los adolescentes de una manera creíble”, según las palabras de Pina Sciarra, directora de Marcas Juveniles de Sprite, quien afirma que después de años de relación entre el corporativo y los artistas este refresco: “se ha convertido en un icono y no sólo por que se le asocia con el hip hop, sino por que en realidad es parte de él, de la misma forma en que lo son los pantalones baggy [guangos] y los zapatos tenis” [sic]. Con declaraciones como ésta, resulta evidente que aquellos que antes catalogaban de vandálico al hip hop, ahora, al reconocerlo como fenómeno económico rentable dentro de la industria del entretenimiento, quieren transformarlo en un mero medio de relaciones públicas y ventas. Nunca hay que olvidar esta cara de la moneda.

Al inicio dije que Chalfant era en gran medida responsable por la globalización de esta cultura, pero no me refería a la globalización de Sprite, Red Bull y tantos otros que se han apresurado a saltar al tren del mercadeo hip hop, sino a la globalización que se crea desde abajo, por medio de redes humanas no corporativas: hermanos, padres, tíos y primos que en los años ochenta y noventa se fueron de mojados al Otro Lado y regresaron cargados de música, pasos de baile, e imágenes que inundarían los barrios urbanos de las ciudades y pueblos expulsores de migrantes de México que, en el siglo XXI, son ya casi todos.

La globalización de la que hablo es también la de los tianguis, o mercados itinerantes, que en épocas de los aztecas comerciaban plumas y telas y hoy sobreviven vendiendo ropa y discos pirata, desangrando los símbolos y nombres de las grandes marcas a través de su reproducción apócrifa y participando así de la economía global de una manera mucho más dinámica y esencial de lo que la mayoría piensa en el funcionamiento social, cultural y económico de nuestro país.

La globalización de la que hablo es la que se refleja en grupos sudamericanos como Los Nin (Ecuador, Quichua), Ukamau y Ké (Bolivia, Quechua-Aymara), o Wechekeche Ñi Traün (Chile, Mapuche), que rapean en lenguas indoamericanas y plantean un discurso que recuerda a algunos de los momentos más contestatarios del rap neoyorquino cuando se hablaba de trasmitir un “Mensaje” (Grandmaster Flash & Melle Mel, 1982) y “Luchar contra el poder” (Public Enemy, 1989), retomando iconos no como Sprite, sino figuras del Movimiento por los Derechos Civiles en Norteamérica, como son Malcolm X y el Black Panther Party.

La globalización de la que hablo es la de raperos africanos como Reggie Rockstone, que desde Ghana rapea tanto en inglés como en la lengua Twi, de la familia Níger-Congo; o los raperos de Madagascar que han creado en su isla una de las escenas más importantes del hip hop en África. rapeando en francés y malgache, la lengua nativa de aquel país donde el hip hop es conocido como “Haintso-Haintso”, que significa “HH”.

La globalización de la que hablo es la de los grafiteros que en todo el mundo utilizan esta forma de expresión para obtener respeto de su comunidad, salir de la anomia, ser alguien a través de la creatividad y dejar una huella, por efímera que sea.

La globalización de la que hablo es la de los B-Boys que se apropian de los kioscos de los centros delegacionales o municipales en todo el país.

O los bailarines ecuatorianos que, junto con el grupo Los Nin y sus antecesores, Yarina, salen al escenario vestidos con ropa indígena y mezclando pasos de danza quichua y mestiza con los pops, lockings y footwork tradicionales del repertorio del B-Boy urbano.

Y ésta es la globalización que es impensable si el hip hop hubiera sido desde sus inicios el “matrimonio perfecto entre una corporación y una cultura” y no un lenguaje para unir a la gente, una estética que basa su grandeza en la simplicidad trastocada de la voz, el cuerpo, la plástica.

La cultura del “bling bling” es resultado de una cuidadosa estrategia mercadotécnica que, sin duda, tiene mucho que ver en que el hip hop haya pasado del Boogie Down, el Bronx, hasta los rincones más lejanos del planeta. Pero si los barrios del tercer mundo usan al hip hop como un vehículo lo suficientemente maleable para adoptarlo y adaptarlo a las circunstancias culturales más diversas, en países de todos los puntos del sur global, ha sido en parte por el trabajo de personas como Chalfant, que documentaron el fenómeno en vivo, con valor y respeto, sin buscar cosificarlo.

Éste es el amor de alguien que retrata una cultura de la que se sabe parte, aunque los estereotipos jueguen en su contra.

Pues de la misma manera en que los setenta e inicios de los ochenta Chalfant descendió a los túneles del metro neoyorquino para acompañar a los escritores seminales de aquel entonces, en el 2003, con cabello blanco y una pinta que lo aleja cada vez más de los lugares comunes del hip hop, se sacude el cansancio y sus hábitos diurnos, se olvida de que le gusta irse a la cama temprano y sale a medianoche de su hotel, aceptando la invitación de un escritor parisino que firma con el sobrenombre de Psicosis, y se sumerge en las catacumbas, a pesar de sus dudas, para no salir de ahí sino hasta las siete de la mañana del día siguiente, lleno de lodo y con sangre en el cabello.

Dudo mucho que los ejecutivos de Sprite se atrevan a eso… ¡pero quién sabe hasta donde llegan los límites de la mercadotecnia! Si lo hacen, o incluso si ya lo han hecho, eso sólo significa que es momento de resistir en las cuevas, catacumbas, edificios abandonados y parques públicos que aún nos quedan para seguir creando expresiones culturales que no funcionen como anuncios, sino como medicina para el espíritu, como la que destilan los hijos ilustres del Bronx, desde Tito Puente y sus timbales hasta los creadores de la cultura hip hop como un verdadero arte del barrio, que es el que Henry Chalfant retrata.

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